jueves, 24 de abril de 2008
Richard Bona -BAJO Y VOZ DE CAMERUN
Richard Bona: Está considerado como uno de los mejores bajistas del actual panorama musical mundial. Su currículum se extiende por todas las músicas y por una habilidad inusual para controlar enseguida cualquier instrumento que vea tocar. En 1999 comenzó su carrera en solitario y de ella han surgido ya tres dulces y excelentes frutos. Es… Richard Bona. Bona cierra su primera trilogía con “Mumia: the tale” Hay historias que siempre gusta contar. Algunas se utilizan simplemente para hacer dormir a los niños o para conquistar a las chicas. Otras son más modestas, pero no por ello menos apasionantes, sobre todo porque suelen ser reales. Hoy en día, el nombre de Richard Bona es conocido en el mundo entero, pero no era así en 1967, cuando vino al mundo en Camerún, concretamente en la aldea de Minta.
Los africanos no magrebíes suelen atender todavía mucho al concepto tribal en la organización de las aldeas y mantienen vivas muchas de sus tradiciones ancestrales. Según éstas, Bona no era ni un espíritu dotado ni su nacimiento anunciaba nada anormal. Pero esas tradiciones también se equivocan y las profecías de los más ancianos no siempre se cumplen. Cuando era crío, a la edad de cinco años, el pequeño Richard acompañaba a sus cuatro hermanas y a su madre a la pequeña iglesia que ya se había instalado en la aldea. Allí cantaba y allí decidió cambiar las predicciones sobre su futuro: quiso ser un griot. Los griots siguen pululando por el Africa subsahariana viviendo de un modo nómada y ofreciendo sus canciones e historias por unas pocas monedas a quienes les quieren escuchar. Estas se depositan en la kora, el instrumento con el que se acompañan, por las ranuras que la calabaza que hace las veces de caja de resonancia tiene a los lados. No era (nunca ha sido en ninguna parte) una profesión que animara a sus padres aun cuando ya había precedentes familiares, pero…
A los once años ya trabajaba como profesional ofreciendo conciertos con un pequeño grupo de amigos. No tenían instrumentos, así que… se los fabricaban. Con unos cables de frenos de una bicicleta y una lata de gasolina vacía hacían una guitarra. O algo que se le parecía. Bona demostró enseguida que, para eso, sí era un superdotado: veía tocar a alguien cualquier instrumento y, sólo mirando, era capaz de aprender a tocarlo. “No es ninguna habilidad especial, en serio. Es sólo fruto de la pobreza y de la necesidad. Tú imagínate que eres ciego: el primer día que entres en una habitación tropezarás con todo, el segundo ya sabrás dónde están los muebles y, en una semana, serás capaz de correr por ella sin tropezarte con nada. La falta de la vista hace que desarrolles otros sentidos. Con la música es igual. Si no dispones de métodos, de vídeos o de discos para aprender, lo único que puedes hacer es mirar, observar cada cosa y memorizarla en tu cabeza para tratar de repetirla cuando tengas un instrumento como ése entre las manos”, cuenta quitando importancia a la anécdota. Bona aparece en un hotel de Madrid después de un día agitado promocionando su nuevo disco, “Mumia: the tale”. El recordar cosas de su infancia le hace soltar una mueca de sonrisa de vez en cuando. Su pelo, perfectamente ordenado en pequeños tallos anudados, delata su origen, aunque él siempre se ha mostrado muy orgulloso de él. Sabe que hoy se le respeta mucho más que cuando apareció por el primer club nocturno que se abrió en Minta.
Todavía era un adolescente y, como a toda la gente de su edad, aquel edificio puesto en marcha por unos inversores europeos le atraía como un imán. En la puerta, un cartel escrito a mano indicaba en la lengua natal (el douala, una de las doscientas que se pueden encontrar en Camerún) que se buscaban músicos para formar la orquesta que, por las noches, animaría el baile y pondría fondo sonoro a las consumiciones que los más pudientes pudieran realizar en el local. El ni lo pensó: se presentó y exhibió sus habilidades. Lo bueno de que le contrataran no fue únicamente asegurarse un sustento, ni siquiera que le proporcionaran una guitarra de verdad. Lo más fascinante era que el dueño del local permitió a Bona escuchar su colección de discos a fin de que preparara, con la orquesta, un repertorio de standards amplio y variado. Allí había más de quinientos discos y él los escuchó todos una y otra vez aun cuando sus compañeros ya tuvieran más que listo el programa de cada noche. Fue entonces cuando descubrió el jazz, aquella música que permitía improvisar según soplara el viento. Nunca lo olvida.
Llegaba a ensayar hasta doce horas diarias con los instrumentos más diversos, pero… un día tuvo una revelación. Escuchó a Word of Mouth, un grupo que funcionó entre el 80 y el 84 (no confundir con los mediocres raperos norteamericanos del mismo nombre) y cuyo bajista era Jaco Pastorius. “Cuando entré en el bajo fue a partir de él. Tenía una cualidad enorme: si le conocías en un disco tenías que escucharle en todo lo que había hecho. Todos los bajistas de aquella época eran estupendos porque todos se fijaban en Jaco y Jaco les llevaba por todas las posibilidades del bajo. Todos le conocían muy, muy a fondo”.
Recientemente, para los curiosos, ha aparecido un álbum de homenaje a esa época de la obra de Jaco Pastorius. El disco, “Word of Mouth revisited”, está firmado por la Jaco Pastorius Big Band, que no es sino una reunión de algunos de los compañeros que el legendario bajista tuvo en sus días con la Peter Graves Orchestra. El CD, absolutamente magnífico, recupera material de la época supliendo la figura de Jaco con los mejores bajistas de la actualidad: Marcus Miller, Victor Bailey, Christian McBride, Gerald Veasley y, por supuesto, Richard Bona. “No sabía que ya hubiera sido publicado. Hacerlo fue una experiencia muy bonita porque esas canciones son las que me hicieron dedicarme a este instrumento. Peter me llamó, me contó el proyecto y me propuso participar en él. Y fue un placer hacerlo. Mi parte la grabamos en Miami, con un ambiente muy cordial y encantador. Estoy deseando escuchar cómo ha quedado”.
Ya especializado en el bajo, pero conservando también sus virtudes con todos los instrumentos que había aprendido a tocar, Bona viajó a París, la tierra prometida de todos los músicos africanos que quieren dar a conocer su obra en Europa. Allí no tardó en hacer amistades: Manu Dibango, Marc Ducret, Didier Lockwood… Allí conoció también a Salif Keita (el maestro albino de Malí que, curiosamente, colabora en “Mumia: the tale”) y a Joe Zawinul, el músico que, actualmente, Bona considera como “el maestro de maestros”, el sucesor de esa estirpe que identifica a los Miles o a los Pastorius y que, de vez en cuando, aparecen en la música contemporánea.
Zawinul fue quien animó a Bona para que viajara a Nueva York y se integrase en el Zawinul Syndicate, una tentación demasiado poderosa para decir que no. En Weather Report, la anterior formación de Zawinul, el bajista que dejó impronta fue, precisamente, Jaco Pastorius. Trabajar con aquel hombre era como cumplir un sueño. Y el sueño se cumplió: Bona aterrizó en el JFK de Nueva York en 1995 y, tras un año trabajando con su mentor, se convirtió en el bajista más solicitado de la escena jazzística, codeándose en los rankings de virtuosismo con el mismísimo Marcus Miller. Bob James, Jon Lucien, Larry Coryell, Bobby McFerrin, Mike Stern… todos querían a Bona en su alineación, ya fuera para grabar o, sobre todo, para girar. Era una absoluta garantía y un saco sin fondo: sabía tocar todo con cualquier instrumento. “Es muy difícil para mí valorarme como instrumentista. Sólo sé que tengo una disciplina enorme y que, practicando tantas horas como yo lo hago, es imposible tocar mal. Domino mi instrumento porque he aprendido a tocarlo y no dejo de hacerlo. Para mí ya es algo natural”, comenta.
Otro de los que no le perdió de vista fue Pat Metheny, el guitarrista por antonomasia. Metheny conocía bien las habilidades de Bona como multiinstrumentista y solicitó sus servicios para “Speaking of now” (02) y para la gira posterior. “Nos encontramos en el Festival de Vitoria. Me comentó que estaba buscando un percusionista pero que no me lo podía ofrecer a mí porque me sabía ocupado. Le dije que no era así, que había terminado mi contrato con la Columbia y que me apetecía hacer algo diferente antes de grabar un nuevo álbum. No hubo más que hablar”. ¿Para qué? Dos monstruos de ese calibre hablan siempre el mismo lenguaje y el público lo pudo comprobar cuando el año pasado el “group” de Metheny apareció por tierras españolas con Bona como una de las principales atracciones. Antes de trabajar con Metheny, Bona ya había intentado mostrarse en solitario. Lo hizo con “Scenes from my life” (99) y “Reverence” (01). Aquellos álbumes presentaban al camerunés en plena eclosión. Siempre se le había visto interpretando música de otros, pero en sus discos plasmaba su fusión cultural aunando en sus canciones la raíz de su patria, la influencia europea y el jazz americano. Los dos discos eran los vértices de un triángulo que ahora cierra “Mumia: the tale”. “Son como una trilogía que expone diferentes facetas. Por eso cada disco tiene una continuidad con el siguiente y con el anterior. Me considero un contador de cuentos, aunque en el futuro quiero hacer otra cosa de la que no quiero decir nada”, comenta. El disco nació tras una selección de la inmensa colección de canciones que Bona guarda en su bolsa de viaje. “Tengo dos estudios: uno fijo, en casa y uno móvil. Eso me permite estar siempre grabando y no te miento si te digo que puedo tener sesenta o setenta canciones compuestas. Me preocupa no tener canciones cuando tengo que grabar un disco y, de este modo, hago desaparecer ese problema. Cuando tengo que grabar voy a mi banco de datos y busco conexiones entre lo que he compuesto. Me hago una idea de cómo quiero que sea el disco y elijo el material para arreglarlo y volverlo a grabar”.
En total son tres discos en cinco años, aparte de su tremenda actividad como sideman. “Y dos casas de discos, y un montón de colaboraciones… No tengo conciencia de la velocidad a la que trabajo y no sé si estoy yendo muy rápido o muy lento. La cosa va como va, a su tiempo, como el cuerpo la pide. No es algo que dependa mucho de mí”, indica Bona gesticulando con la manos y exhibiendo esos dedos largos que le permiten realizar proezas sobre un mástil
Fuente el blog de Newman
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