La carrera de Enrico Pieranunzi ha sido pausada y juiciosa, sin sobresaltos, como la de un artesano que puliese con cuidado sus medios y expresión. A finales los años 70 era profesor de piano clásico y acompañó, al frente de lo que después se convirtió en el Space Jazz Trio, a Chet Baker y Art Farmer en sus largas estancias europeas. Como Gordon Beck y Michel Petrucciani, asimiló las lecciones del pianismo billevansiano para llevarlas a una estética personal, en su caso desarrollando una poética mediterránea cimentada en largas líneas cantables, estructuras influenciadas por la música académica, buen conocimiento de la armonía impresionista y un toque reflexivo y cromático. Como Beck, es un músico introspectivo pero capaz de gran expresión emocional. El largo período de lustre que marcó el tránsito del artesano al artista quedó reflejado en una serie de excelentes álbumes, la mayoría en trío, que se han venido sucediendo desde principios de los noventa, en los que Pieranunzi presenta candidatura a ser considerado entre los mejores pianistas europeos. La corona la ostenta ahora mismo Martial Solal, un músico cuyos planteamientos, no su técnica, ha asimilado el italiano con fruición. La corona como mejor pianista transalpino, incluso con la aparición de los excelentes Stefano Battagglia, Stefano Bollani y Antonio Farao, está sin embargo bien segura en sus manos. Hoy Pieranunzi es junto con otro Enrico, Rava, el estandarte del jazz italiano. Dada la madurez de este no causa extrañeza que primeras figuras del jazz estadounidensde se hayan convertido en habituales de Pieranunzi: Marc Johnson y Joey Baron lo son desde 1986 como miembros de su trío, Paul Motian, Chris Potter y Jim Hall, desde no hace mucho. "Quiero que mi obra, y si es posible mis tríos, canten", decía Bill Evans, y es algo a lo que el don melódico y la propensión natural al diálogo de Pieranunzi responde. Su trío con Johnson y Baron ha dejado un par de obras perdurables; su trío europeo, con Hein van de Geyn, otro ex Chet Baker, y André Ceccarelli, sección rítmica de Dee Dee Bridgewater, acaba de dejar otra: Live in Paris. Grabada en directo en tres noches en uno de los clubes más representativos de París, le Duc des Lombards, no se antoja mejor representación posible del pianista italiano, toda vez que no sólo ofrece su toque lírico y poético sino que el alto voltaje del toque y el soberbio engranaje del trío deshace todas las preconcepciones que puedan tenerse frente a un músico de esas inclinaciones. Pieranunzi no renuncia a su toque más o menos cerebral, pero envuelto en la intensa repuesta del trío da con un toque extravertido y torrencial. El soberbio encaje del trío da pie a que se pase de un tema a otro sin solución de continuidad, con increíble unidad de criterio y fluidez. Así, hay transiciones excepcionales y sensacionales transiciones, como la que lleva de Body and Soul a I Hear a Rhapsody, ésta expansiva y generosa, para desembocar en un Footprints que oscila entre el tiempo de vals a algo más ambiguo por medio de retardandos y acelerandos. Hay kilates ya en estos fragmentos de tres piezas unidas, pero no cesan los hallazgos, como la rearmonización de I Fall in Love too Easily, las introducciones y codas de Pieranunzi, el enigma shorteriano que adquieren las interpretaciones de Ouverthree o Someday my Prince will come, esta derivada hacia una feroz What is this thing called love... La invención y el fraguado del trío no dan tregua en estas dos horas cuajadas de música exigente pero de espíritu gozoso. Si durante muchos años Joachim Kühn, Jean-François Jenny-Clark y Daniel Humair formaban el trío mayor del jazz europeo, no cabe duda que Pieranunzi, van de Geyn y Ceccarelli se quedan con el título. Enorme.
Fuente Diverdi.com
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